Paita, acogedora de la apoteosica playa

En Paita preguntamospor ella,

la Difunta: tocar, tocar la tierrade la bella Enterrada.

No sabían.

Las balaustradas viejas, los balcones celesres,

una vieja ciudad de enredaderas con un perfume audaz como una cesta de mangos invencibles,

de piñas,de chirimoyas profundas, las moscas del mercado zumba nsobre el abandonado desaliño,

entre las cercenadascabezas de pescado,

y las indias sentadas vendiendo los inciertos despojos con majestad bravía,-soberanas de un reino de cobre subterráneo-,y el día era nublado,el día era cansado,el día era un perdido caminante, en un largo camino confundido y polvoriento.

Detuve al niño, al hombr, al anciano,y no sabían dónde falleció Manuelita,

ni cuál era su casa,ni dónde estaba ahorael polvo de sus huesos.

Arriba iban los cerros amarillos,secos como camellos,en un viaje en que nada se movía,en un viaje de muertos,

porque es el aguael movimiento,el manantial transcurre el río crece y canta,y allí los montes duros continuaron el tiempo:era la edad, el viaje inmóvilde los cerros pelados, y yo les pregunté por Manuelita,pero ellos no sabían,no sabían el nombre de las flores.Al mar le preguntamos,al viejo océano.

El mar peruano abrió en la espuma viejos ojos incasy habló la desdentada boca de la turquesa.

Pablo Neruda